Los indicadores de sostenibilidad no pueden faltar en las empresas. Con el paso de los años, la preocupación por el medioambiente ha aumentado. Estas organizaciones tienen mucho que aportar, en especial, para reducir sus externalidades negativas. Deben hacerlo a través de sus planes y estrategias, pero es necesario incluir un método de medición adecuado para determinar si las acciones realizadas son un éxito.
Se trata de una herramienta con la que se puede medir el éxito de las estrategias de una empresa. Estas medidas se recogen en un plan de sostenibilidad corporativa y se relacionan con unos objetivos concretos. Por ejemplo, reducir la huella de carbono o los desechos durante la producción. Con su uso se evalúa si se avanza o no en la dirección adecuada.
La principal razón para usarlos es, precisamente, determinar si la organización está cumpliendo con sus objetivos. En caso de que se presente una desviación, se podrán introducir medidas correctivas. Así, los indicadores de sostenibilidad miden el desempeño de la empresa, además de conocer cómo lleva a cabo sus planes. Pero es importante seleccionar los parámetros adecuados y que estén muy ligados con las metas propuestas. De lo contrario, perderían gran parte de su efectividad.
Asimismo, los indicadores de sostenibilidad están muy relacionados con diferentes estándares como los ESRS (CSRD). Al adoptarlos, las empresas muestran su compromiso y el desempeño que están realizando en áreas concretas. También disponen de una guía para orientar sus acciones. Hoy existen más de 500 como, por ejemplo, las recomendaciones de divulgación financiera del TCFD (Task Force on Climate-related Financial Disclosures) del Consejo de Estabilidad Financiera
Los indicadores de sostenibilidad se agrupan en tres categorías principales. Cada una hace referencia a un grupo de objetivos concretos, como los ambientales, los sociales y los institucionales. Es en estas áreas donde las estrategias y planes de las empresas generarán sus impactos. Al conocerlos y ver algunos ejemplos, se entenderá mejor lo que ofrecen.
Miden el éxito de las medidas a la hora de minimizar las externalidades negativas en el medioambiente. Estas últimas son consecuencia de la propia actividad empresarial, que no resulta inocua. La producción, en especial en la industria, necesita consumir recursos y energía, lo que afecta al entorno. Además, durante el proceso se generan desperdicios que pueden provocar contaminación.
Los indicadores de sostenibilidad ambiental se centran en determinar la reducción de esas externalidades. Algunos ejemplos son:
En este caso, los indicadores sociales miden cómo la empresa se relaciona con la sociedad o en su comunidad local. Al igual que ocurre con el medioambiente, estas organizaciones afectan a grandes colectivos de personas. Tal es la situación de los empleados, los clientes, los proveedores o los accionistas. Las decisiones que tome la dirección les afectarán de manera directa o indirecta.
Así, las compañías deben desarrollar una actividad ética y que tenga en cuenta cómo usa sus recursos humanos. Algo así se manifiesta en unos salarios adecuados, puestos de trabajo salubres o no discriminando a empleados concretos. Al final, es fundamental que no se olvide la importancia de la parte social del ESG. Sin prestarle atención, no se conseguirán buenos resultados. Estos son diferentes indicadores útiles:
Los indicadores de sostenibilidad institucional se centran en aspectos económicos y financieros. La organización tiene que ser rentable para mantener sus funciones en equilibrio. Para conseguir esto, la empresa debe seguir unos criterios de gobernanza racionales y que reduzcan los riesgos. Una mala decisión, como la compra de un negocio deficiente, puede llevar a la quiebra.
Además, es preciso que existan contrapesos dentro de la organización para limitar el poder omnímodo de la dirección. Al mismo tiempo, se debe poner de relevancia el papel de los criterios de buen gobierno. Así, se desarrollará una cultura empresa basada en la sostenibilidad y la transparencia. Entre los indicadores encontramos:
Un plan de sostenibilidad corporativa contiene la estrategia que seguirá la organización. En su interior se definen los objetivos que se van a perseguir en diferentes momentos. Algunos se conseguirán a corto plazo, pero otros serán accesibles solo en el largo. Además, cada meta se desarrollará a través de una serie de acciones, que también se deben definir.
Por descontado, los objetivos se alinearán siguiendo tres ejes fundamentales: ambiental, social e institucional. De este modo, se cubren las principales áreas de actuación. Asimismo, se establecerán varias fases para aplicar el plan y un periodo de ejecución. Se comunicará a todos los participantes y responsables con suficiente tiempo. Esto les permitirá prepararse para su cometido y para evitar errores que trunquen la aplicación.
Junto con esto, el plan debe ser realista para que resulte útil y efectivo. Si no se tiene esto en mente, se estará creando un documento que solo será una declaración de intenciones. No tendrá valor y no llevará a la organización a conseguir objetivo alguno. Es fundamental evitar este tipo de comportamientos que conducen a acciones simbólicas e irrelevantes.
A la hora de desarrollar un plan de sostenibilidad, es necesario seguir una serie de pasos. Estas etapas permitirán crear un documento sólido, que estará adaptado a la realidad de la empresa. Cada compañía tiene que elaborar el suyo en función de sus necesidades. De este modo, se garantiza que los impactos generados sean positivos y significativos en todas las áreas.
El primer paso consiste en establecer los indicadores de sostenibilidad, que estarán basados en un análisis de materialidad. Se trata de un proceso que ayuda a la empresa a determinar en qué áreas centrarse. Esto la lleva a priorizar entre objetivos, al tiempo que repara en las preocupaciones de los grupos de interés. Así, se parte de una base sólida con la que cubrir el resto de las etapas.
Los objetivos son la parte fundamental de cualquier plan, ya que cristalizan lo que se quiere conseguir. Cada uno tiene que ser alcanzable, medible, específico, relevante y estar acotado en el tiempo. Al seguir esta pauta, se evita caer en metas demasiado vagas, generalistas o irreales. Esto solo conduciría a diseñar un documento deficiente que no resultaría muy práctico.
Además, sin unos objetivos claros y fáciles de comprender, sus responsables no sabrían cómo actuar. Realizarían sus cometidos sin estar muy convencidos o dudando sobre si hacen lo correcto. Por tanto, es recomendable tomarse suficiente tiempo para definir unas metas adecuadas.
Cada objetivo se descompone en una serie de acciones concretas y organizadas según su prioridad. Esta pauta contribuye a evitar que unas se solapen sobre otras o las entorpezcan. Sin embargo, hay que tratar de no crear demasiadas o dividirlas en subacciones. Cuanta más complejidad se añada, peores resultados se obtendrán. El plan tiene que ser fácil de comprender por todos los participantes y partes interesadas.
Además, las acciones estarán ligadas a un periodo de tiempo concreto, lo que evitará que se eternicen. Es una forma de motivar a los responsables a que actúen de manera diligente. Se adjudicará un presupuesto para su cumplimiento y cualquier otro recurso que se necesite. Lo ideal es ajustar lo máximo posible para evitar despilfarrar, algo que les restaría sostenibilidad.
Por último, el plan necesita un proceso establecido para seguir su desarrollo. Tiene como finalidad medir el progreso de las actividades en relación con lo previsto. También vigila que no se sobrepase el presupuesto o que se haga un sobreúso de los recursos asignados. Es toda una ayuda para anticiparse a los problemas, visualizar los avances y corregir desviaciones.
El proceso de seguimiento tiene que poder volcarse en informes periódicos. Esta herramienta ayuda a los responsables a tomar decisiones en tiempo real. Además, al efectuarlos cada pocos meses, se podrá comprobar la evolución del plan. En su interior se tendrán en cuenta los indicadores de sostenibilidad, ya que ayudan a comprobar si se cumplen los objetivos.
Asimismo, se planificarán reuniones de seguimiento en las que participarán las partes interesadas y los responsables. Su función es la de dar a conocer los resultados provisionales del plan y las opiniones de los participantes. Así, la información sobre los avances no dejará de fluir.
En definitiva, los indicadores de sostenibilidad son esenciales para crear un plan sólido. Sin ellos no se sabría si se está avanzando en la dirección adecuada o si los objetivos se cumplen. Así, la empresa conseguirá que sus acciones generen los impactos positivos que se esperaban. Toda la sociedad se verá recompensada. ¿Quieres hacer todo este proceso con éxito? Contacta con nosotros.
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